¿Cuántas veces hemos sentido una emoción, sobre todo tristeza, enfado o alegría y nos hemos puesto una música que nos ha permitido llorar, calmarnos o bailar? O ¿Cuántas veces hemos cantado a nuestros hijos y a nuestras hijas, a nuestro alumnado, para calmarles, para dormir, para jugar?
A un nivel terapéutico, la música abre canales de comunicación no verbal con el fin de facilitar recursos y de producir cambios en las personas.
A través de los sonidos, los ritmos y las letras de las canciones podemos influir a nivel corporal, sensitivo, cognitivo y conductual.
No sólo se enfoca en la enfermedad o los problemas, también se centra en la prevención y en el concepto de salud como el estado de bienestar a todos los niveles.
Si vamos a educar en las emociones con la música, en primer lugar, hay que definir qué emociones queremos trabajar con nuestros hijos o nuestro alumnado y saber qué situaciones las provocan, así como identificar los cambios fisiológicos que provocan y cómo las podemos expresar. Si los niños y las niñas aprenden a identificar y expresar las emociones, ya han hecho su primer paso para después aprender a gestionarlas.
Las emociones se pueden trabajar a través de muchas actividades musicales, como por ejemplo:
También podemos tener un repertorio de canciones relacionadas con las emociones de una forma más especifica. Algunos ejemplos podrían ser los siguientes: